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viernes, 18 de marzo de 2011

Japón eleva la peligrosidad de la fuga nuclear a cinco sobre siete


La comunidad internacional apremia a Tokio para que contenga Fukushima


Japón observó ayer a las 14.46 horas un minuto de silencio por los muertos en la catástrofe del pasado viernes, sesenta segundos suficientes para rezar también por el día de mañana.
Las fugas de la central de Fukushima no están siendo contenidas a pesar de que la lista de funcionarios y voluntarios heroicos que luchan sobre el terreno es cada día más amplia. Y no por ello suficiente. Tokio terminó por admitir ayer algo que la comunidad internacional ya sabía: la gravedad del accidente nuclear fue elevada a cinco puntos (del cero al siete), uno más de lo evaluado inicialmente, lo que equipara ya Fukushima con el accidente de Three Mile Island de 1979. Más cerca, pues, de los 7 puntos de Chernóbil, tragedia entre tragedias.
“Hemos estado diciendo con sinceridad la situación relativa al accidente, que sigue siendo muy grave”, afirmó ayer, a la defensiva, el primer ministro Naoto Kan, en una breve comparecencia ante la prensa emitida en directo por todas las cadenas. Pese al respeto a la jerarquía en lo social y lo laboral, no es Japón un país de primeros ministros fuertes, como lo demuestra que haya tenido uno cada 18 meses desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A la manera italiana, el país ha progresado pese a una inestabilidad política crónica que quizás ahora pasa una factura coyuntural. Naoto Kan es el rostro de Japón y sin embargo ayer, de nuevo, la grandeza del país estaba en los rostros y las actitudes del pueblo y no en las declaraciones del primer ministro, que dijo haber sido sincero en todo momento a preguntas de un periodista y en su parte diario.
La reevaluación del accidente nuclear estaba cantada y la tardanza sólo aumenta las sospechas de que el desenlace está también en manos de los vientos, la improvisación y el heroísmo de un puñado de japoneses (ayer, además de empleados de la compañía Tepco, la propietaria de la central de Fukushima, también participaron bomberos y efectivos de las Fuerzas de Autodefensa, ese simpático invento del Japón diseñado por el general McArthur al terminar la guerra). Unaccidente de cuatro en la escala internacional es aquel que tiene “consecuencias locales”. Los de cinco son aquellos de “consecuencias amplias”.
Otra paradoja de la jornada fue que un japonés advirtiese ayer a su país en el nombre de la comunidad internacional. El secretario general de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Yuriya Amano, viajó desde Viena a Tokio para entrevistarse con Naoto Kan (no hubo, sin embargo, visita al perímetro de la central de Fukushima, donde otros japoneses se están sacrificando por la nación). Yuriya Amano apremió al Gobierno nipón para que intensifique la extinción de las fugas porque “esto es una carrera contra reloj”.
Ayer, la aviación militar actuó con más intensidad que en su debut del jueves, arrojando cincuenta toneladas de agua del mar en cuarenta minutos, mientras que seis vehículos especiales del cuerpo de bomberos (uno de ellos cedido por Estados Unidos) empezaron el dispositivo que permitirá lanzar agua sobre los reactores averiados. El humo blanco que desprendió el reactor número 2 de la central hizo temer que hubiese una mayor fuga radiactiva, presagio que no se cumplió según el parte de la Tepco, en cuyo resumen de la jornada se mencionó una “ligera disminución” de la radiactividad.
Entre tanto, un día más, los ciudadanos japoneses siguen mostrando un estoicismo inimaginable en países miembros del club de los ricos. Ni siquiera la perspectiva de un puente –el lunes es festivo– provocó escenas de éxodos tumultuosos al sur. Tokio aguanta, a media luz pero aguanta. Y el viajero que llega a Osaka, la segunda ciudad del país, sólo verá ese litoral industrial a la vieja usanza: un muestrario de chimeneas, hangares, naves industriales y silos de cemento. Apenas mascarillas, a diferencia de muchos periodistas occidentales.
En cierta manera, los muertos del terremoto y el tsunami son japoneses, mientras que los que pueda provocar la fuga nuclear, esos ya serán de todos, del mundo global. De momento, el desequilibrio es tremendo. El balance difundido ayer certifica 6.911 muertos por el seísmo y el tsunami, un récord en la historia del Japón de la posguerra, superando al terremoto de Kobe de 1995, cuando perdieron la vida 6.403 personas.
Pese a la conformidad popular, el primer ministro Naoto Kan repitió en su comparecencia nocturna ante las cámaras los tonos patrióticos de quien arenga a las tropas antes de la batalla de Trafalgar. “La situación es muy grave –dijo–. Estamos sometidos a una gran prueba y no dejaremos que el pesimismo nos venza. Vamos a crear un nuevo Japón”. Otra frase trampa del momento incierto que vive el país. ¿Es que acaso puede desaparecer?
Japón observó ayer a las 14.46 horas un minuto de silencio por los muertos en la catástrofedel pasado viernes, sesenta segundos suficientes para rezar también por el día de mañana.
Las fugas de la central de Fukushima no están siendo contenidas a pesar de que la lista de funcionarios y voluntarios heroicos que luchan sobre el terreno es cada día más amplia. Y no por ello suficiente. Tokio terminó por admitir ayer algo que la comunidad internacional ya sabía: la gravedad del accidente nuclear fue elevada a cinco puntos (del cero al siete), uno más de lo evaluado inicialmente, lo que equipara ya Fukushima con el accidente de Three Mile Island de 1979. Más cerca, pues, de los 7 puntos de Chernóbil, tragedia entre tragedias.
“Hemos estado diciendo con sinceridad la situación relativa al accidente, que sigue siendo muy grave”, afirmó ayer, a la defensiva, el primer ministro Naoto Kan, en una breve comparecencia ante la prensa emitida en directo por todas las cadenas. Pese al respeto a la jerarquía en lo social y lo laboral, no es Japón un país de primeros ministros fuertes, como lo demuestra que haya tenido uno cada 18 meses desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A la manera italiana, el país ha progresado pese a una inestabilidad política crónica que quizás ahora pasa una factura coyuntural. Naoto Kan es el rostro de Japón y sin embargo ayer, de nuevo, la grandeza del país estaba en los rostros y las actitudes del pueblo y no en las declaraciones del primer ministro, que dijo haber sido sincero en todo momento a preguntas de un periodista y en su parte diario.
La reevaluación del accidente nuclear estaba cantada y la tardanza sólo aumenta las sospechas de que el desenlace está también en manos de los vientos, la improvisación y el heroísmo de un puñado de japoneses (ayer, además de empleados de la compañía Tepco, la propietaria de la central de Fukushima, también participaron bomberos y efectivos de las Fuerzas de Autodefensa, ese simpático invento del Japón diseñado por el general McArthur al terminar la guerra). Unaccidente de cuatro en la escala internacional es aquel que tiene “consecuencias locales”. Los de cinco son aquellos de “consecuencias amplias”.
Otra paradoja de la jornada fue que un japonés advirtiese ayer a su país en el nombre de la comunidad internacional. El secretario general de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Yuriya Amano, viajó desde Viena a Tokio para entrevistarse con Naoto Kan (no hubo, sin embargo, visita al perímetro de la central de Fukushima, donde otros japoneses se están sacrificando por la nación). Yuriya Amano apremió al Gobierno nipón para que intensifique la extinción de las fugas porque “esto es una carrera contra reloj”.
Ayer, la aviación militar actuó con más intensidad que en su debut del jueves, arrojando cincuenta toneladas de agua del mar en cuarenta minutos, mientras que seis vehículos especiales del cuerpo de bomberos (uno de ellos cedido por Estados Unidos) empezaron el dispositivo que permitirá lanzar agua sobre los reactores averiados. El humo blanco que desprendió el reactor número 2 de la central hizo temer que hubiese una mayor fuga radiactiva, presagio que no se cumplió según el parte de la Tepco, en cuyo resumen de la jornada se mencionó una “ligera disminución” de la radiactividad.
Entre tanto, un día más, los ciudadanos japoneses siguen mostrando un estoicismo inimaginable en países miembros del club de los ricos. Ni siquiera la perspectiva de un puente –el lunes es festivo– provocó escenas de éxodos tumultuosos al sur. Tokio aguanta, a media luz pero aguanta. Y el viajero que llega a Osaka, la segunda ciudad del país, sólo verá ese litoral industrial a la vieja usanza: un muestrario de chimeneas, hangares, naves industriales y silos de cemento. Apenas mascarillas, a diferencia de muchos periodistas occidentales.
En cierta manera, los muertos del terremoto y el tsunami son japoneses, mientras que los que pueda provocar la fuga nuclear, esos ya serán de todos, del mundo global. De momento, el desequilibrio es tremendo. El balance difundido ayer certifica 6.911 muertos por el seísmo y el tsunami, un récord en la historia del Japón de la posguerra, superando al terremoto de Kobe de 1995, cuando perdieron la vida 6.403 personas.
Pese a la conformidad popular, el primer ministro Naoto Kan repitió en su comparecencia nocturna ante las cámaras los tonos patrióticos de quien arenga a las tropas antes de la batalla de Trafalgar. “La situación es muy grave –dijo–. Estamos sometidos a una gran prueba y no dejaremos que el pesimismo nos venza. Vamos a crear un nuevo Japón”. Otra frase trampa del momento incierto que vive el país. ¿Es que acaso puede desaparecer?

1 comentario:

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